Alejandro Magno II El conquistador de un Imperio by Gisbert Haefs

Alejandro Magno II El conquistador de un Imperio by Gisbert Haefs

autor:Gisbert Haefs [Haefs, Gisbert]
La lengua: spa
Format: epub
publicado: 0101-01-01T00:00:00+00:00


pociones, las cataplasmas de hierbas y los líquidos para limpiar el cuerpo herido, el médico

casi dejó caer un cuenco con una mezcla analgésica y calmante compuesta por silfio, aceite

de sésamo, canela, vino diluido y otros ingredientes que llevaba en la mano cuando

Barsine hizo una pregunta que no debería haber hecho. No la debería haber hecho de

ninguna manera... Sisigambis, madre de Darío, que estuvo presente durante el tratamiento

y que por lo visto sentía afecto por la hija de Artabazo, la escuchó sin pestañear: ella

también estaba al tanto.

Dracón se había pasado media noche buscando a Demarato y al menos una hora más

devolviendo al viejo corintio a un estado más o menos sobrio. Cuando Dracón lo encontró

al amanecer, el anciano se dirigía río abajo en una barca de papiro, tartamudeando y

berreando, y ya se encontraba a dos parasangas al sur de Menfis, colmado de melancolía,

de vino y de locura, ladrando a una luna que ya no era llena, con los pies apoyados en el

vientre de un eunuco que le hacía cosquillas en las plantas y con la cabeza sobre las

rodillas de una voluminosa mujer cuchita. Todas las personas a las que se les podría haber

pedido consejo estaban lejos, salvo Demarato... Nearco y Antígono el Tuerto en sus

respectivas satrapías, dedicados a garantizar el aprovisionamiento y las comunicaciones;

Antípatro en algún sitio entre Pella y Megara; Seleuco, Leonnato y Laomedón quién sabe

exactamente dónde, uno en Siria, el otro en Fenicia, y el tercero... o el primero, que eso

dependía de como se mirara... seguramente con Alejandro, al igual que Ptolomeo, el hijo

de Lago, el único de todos los hombres de cierto peso que participara en la cabalgata al

oasis, al santuario de Ammón. El único aparte de Dracón, claro está.

En el aprieto, el médico hasta habría sido capaz de preguntar a Aristandro, pero el

astuto telmesio, cuyas interpretaciones del oráculo eran cada vez más exageradas, ya se

dirigía a Fenicia con la taxiarquía de Pérdicas. Dracón resopló al recordar la brillante

actuación del vidente sobre el terreno que más tarde habría de ser ocupado por la gran

ciudad de Alejandría en la costa egipcia. Allí, al norte de la antigua aldea de Racotis,

Alejandro y Deinócares habían trazado en el suelo un plano simétrico, con calles que se

cortaban en ángulo recto, de tal manera que los vientos frescos podían alcanzar el máximo

posible de puntos. Alejandro cogió tiza y se puso a marcar el emplazamiento de las

murallas, de las plazas y de las principales calles, hasta que se le acabó la tiza; a lo cual le

trajeron cestos con granos de cebada. Cuando los esparció, aparecieron toda clase de aves

de todas las direcciones y devoraron los granos. El rey se puso colérico; los guerreros,

supersticiosos, estaban aterrorizados. Aristandro anunció sin vacilar que, según la

voluntad de los dioses, la nueva ciudad atraería a personas de todos los pueblos y

continentes y que les proporcionaría trabajo, vivienda y comida.

Dracón suspiró varias veces profundamente; ni siquiera la imaginación del telmesio

podía ayudarle. Pasó lentamente por una columnata, luego por otra; había guardias en

todas partes..., hombres pertenecientes a la taxiarquía de Cratero;



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.